domingo, 23 de octubre de 2011

Lágrimas Rojas Capítulo 8


Tras una buena comida, Jun salió de la casa evitando que Mio lo descubriera marchándose solo. Se pondría echa una furia cuando se enterase y Jun no quería ni imaginarse la bronca que le echarían al regresar. Escribió una pequeña nota y la dejo encima de la mesa de la cocina, la jovencita se enfadaría igual pero eso dejaría a la señora Fuchido  tranquila. Una vez fuera, Jun intentó recordar por donde se encontraba la calle del último asesinato. Una vez se hubo situado empezó a caminar. Anduvo durante un rato distrayéndose, de vez en cuando, mirando escaparates. Se paraba aquí y allí atraído por un artículo o un anuncio.  Cuando su mente volvió a la realidad y se paró a reflexionar sobre lo que iba a hacer, se dio cuenta de lo descabellado que resultaba su plan. Ir por ahí preguntando por un asesinato seria, como mínimo, extraño. Seguramente la gente no le haría ni caso y pasaría de él, pero merecía la pena intentarlo.
  Cuando llegó la calle ya estaba limpia y despejada, no quedaba ni rastro ni indicio alguno de que allí se produjera un crimen. Un niño jugaba con un balón en uno de los lados de la calle. Golpeaba la pelota contra la pared una y otra vez. Jun pensó en preguntarle al chaval, y así lo izo.
-          Perdón amigo ¿vives por aquí?
El niño cogió su pelota y se marchó corriendo, entrando en una de las casa. Jun suspiró, había descubierto que daba miedo.  Dejó correr el asunto y siguió con su cometido. Barajó la posibilidad de llamar al timbre de alguna casa pero, al darse cuenta de lo estúpido que iba a parecer, descartó la idea; estaba claro que no le dirían nada. Se disponía a marcharse cuando escuchó una voz a su espalda.
-          ¡Anda! ¡Pero mira quien está ahí!
Jun se giró y vio a su compañero, Kouta Minami.
-          Hola Minami.
-          ¡Va! Llámame Kouta. ¿Qué estas haciendo?
-          Pues la verdad es que suena algo estúpido, quiero hablar con el testigo del asesinato del otro día.
Kouta soltó una carcajada.
-          Pues sí que suena estúpido, sí.
-          ¿Tú qué haces aquí?
-          Vengo a ver a mi abuela, que casualmente es la persona a la que buscas. Si quieres puedo pedirle que te lo cuente todo.
-          No se…
-          Le diremos que eres del periódico del colegio, seguro que se lo cree.
-          ¿Y está bien que le mintamos así a tu abuela? – a Jun no le hacía ninguna gracia engañar así a una pobre ancianita.
-          Tranquilo, no te preocupes.
Jun siguió a Kouta hasta una casa escondida entre el vecindario. La vivienda imitaba fielmente la tradición japonesa.  Un jardín, guarecido por un alto muro, rodeaba la pequeña edificación. Un estanque de carpas le añadía un toque armónico y de tranquilidad al recinto. Entraron en la casa.
-          ¡Hola abuela! ¡Vengo de visita!
De detrás de una puerta apareció una señora mayor, pequeña y arrugada. Adoptaba una postura encorvada y caminaba lentamente.
-          Hola Kouta -  tras abrazar a este reparó en la presencia de Jun - ¿Quién es tu amigo?
-          Mi nombre es Jun, Jun Nagizawa.
-          ¡Oh Jun! Encantada, puedes llamarme abuela.
-          Abuela, Jun es del periódico escolar, y nos gustaría que nos contaras lo que pasó el otro día.
La cara feliz de la anciana se transformó completamente.
-          Estoy cansada de contar esa historia.
-          Señora por favor… me haría un gran favor.
 La anciana resopló.
-          Bueno, está bien.
Condujo a los chicos hasta una sala y preparó té. Cuando estuvieron acomodados les contó lo sucedido.
-          Yo volvía de comprar, venía cargada de bolsas y ya estaba oscuro. Pasaba por la calle cuando vi que, al fondo, había dos chicos. De pronto, uno apuñaló al otro varias veces. Eché a correr hasta llegar a casa y llamé a la policía.
-          ¿no pudo ver nada más? ¿Eso es todo?
-          No, había algo más. El chico que murió hablaba al otro como si lo conociera. Eso es todo.
¿Cómo si lo conociera? En la cabeza de Jun surgieron un montón de preguntas.
-          Muchas gracias señora.
Salió corriendo de la casa, en dirección a una cabina de teléfono, y marcó el número de Yusei.
-          ¿Sí? ¿Quién es?
-          Señor Chousi, soy Jun ¿Se acuerda de mi?
-          ¿Qué quieres chico?
-          ¡El asesino y la víctima se conocían!
-          ¿Qué? ¿Quién te ha dicho eso?
-          La testigo, he hablado con ella.
-          ¡¿Cómo que has hablado con ella?! – El señor Chousi sonaba enfadado.
-          Sí, he ido a verla esta tarde.
-          Chico, quiero hablar contigo en persona ¿Conoces la cafetería que hay enfrente a tu instituto? Reúnete conmigo allí en una hora.
La línea se cortó antes de que Jun pudiera decir nada más. Después de colgar el teléfono emprendió camino hacia la cafetería. Se paró en el lugar del crimen. El mero hecho de pensar que allí se había producido un asesinato le producía escalofríos.  Miró el detenidamente el lugar y descubrió un pequeño objeto escondido debajo de un banco. Era uno de los pequeños pin que se les daba a los estudiantes de su instituto.

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