sábado, 28 de enero de 2012

Blue Mountain: Capítulo 1

La pelota de cuero atravesó limpiamente el aro dejando en el aire un satisfactorio sonido metálico. Daniel Sullivan (Sul para los amigos) la atrapó mientras votaba suavemente.
-          Buen tiro, capullo.  –Dijo mientras le pasaba el balón a Mike Adams, que se colocaba justo fuera de la línea de tres puntos.
-          ¿Cuánto vamos Sul? ¿Doce a seis? –Mike adoptó una posición inclinada y comenzó a votar el balón.  El afroamericano se preparó para defender el saque.
-          ¡Esto aún no ha acabado! ¡Voy a barrer la cancha con tu culo de blanquito!
Mike fintó a Sul hacia la derecha y se marchó por la izquierda, acabando la jugada con una limpia y certera entrada a canasta.  Recogió el balón.
-          ¿Cómo te quedas? ¿Sigues pensando que vas a barrer la cancha con mi culo? –Ambos rieron. Mike caminó hasta el banco en el que estaba tirada de mala manera su sudadera. Rebuscó entre ella hasta encontrar su reloj de pulsera.  –Sul, lo siento, nos vemos mañana.  Tengo que estudiar.
-          Es cierto, hay examen mañana… ¿Has empezado?
-          He hecho exactamente lo mismo que tu.
-          ¿Jugar al baloncesto?
-          ¡Claro!- Los dos rieron de nuevo. – ¿Como lo llevas?
-          ¿Sinceramente?... No tengo ni idea, supongo que hoy tocara pasarse la noche estudiando.
-          Lo mismo digo. Aunque siempre puedo pedirle ayuda a Marta.
-          ¡Ahhh!...  Qué suerte tienes. ¡Ojalá yo tuviera una melliza tan espabilada como tú!
-          Créeme, a veces la odio. –Volvieron a reír.
-          Bueno tío, nos vemos mañana.
Se chocaron la mano. Mike se puso su sudadera, recogió su balón y abandonó la cancha mientras se despedía con la mano de su amigo Sul (que salía de la misma en dirección opuesta). La vieja cancha del barrio había dado todo lo que podía dar. Llevaba años allí. Las canastas aun aguantaban en pié, milagrosamente. Las redes metálicas de los aros estaban oxidadas  y los tableros de madera empezaban a corroerse.  Mike llevaba jugando al baloncesto en esa cancha durante toda su vida, bueno, desde que se había aficionado al baloncesto. En la escuela primaria su vida era el futbol americano, estaba obsesionado. Vivía con un balón de futbol en las manos, y no se le daba nada mal. Un día, después de presenciar un impresionante partido de los Boston Celtics, pasar balones a través del aro se había convertido en su nueva forma de vida; y esto tampoco se le daba mal. 
Caminó un par de minutos hasta llegar a su casa, que no estaba especialmente lejos de la cancha. Entró, la puerta estaba abierta. Su madre leía sentada en la mesa de la cocina. Él se acercó sigilosamente por detrás y le dio un sonoro beso en la mejilla.
-          Hola mama.
-          Hola Mike. ¿Qué tal el día?
-          Oh… bueno… ya sabes, ir al instituto, jugar al baloncesto… el pan de cada día. ¿Tú qué tal?

Susan Adams suspiró:
-          Muy cansada… mucho trabajo.
-          Ya veo… ¿Está Marta en casa?
-          No, está en casa de Cameron. Debe estar al llegar.
-          Esas dos siempre están juntas ¿Son novias o algo así? –Susan rió.
-          Mira que eres tonto… solo son amigas. ¿Tú eres el novio de Daniel?
-          Que yo sepa no… -Mike puso cara de pensativo apoyando la mano en el mentón y le provocó otra carcajada a su madre. -¿Él lo sabrá?
Mike cogió una manzana roja del frutero amarillo de motivos florales de encima de la mesa. Caminó hasta las escaleras que conducían al segundo piso y se paró con un pie puesto en el primer escalón. Le dio un mordisco a su jugosa manzana y el líquido resbaló por dentro de su boca.
-          Voy a estudiar mama, hasta mañana.
-          ¿No vas a cenar nada más, hijo?
-          No, ¡El deber me llama!
Y dicho esto subió trotando las escaleras mientras hacía más pequeña la roja fruta a cada bocado que le pegaba.

A la mañana siguiente, Marta Adams esperaba de brazos cruzados frente a la puerta de su casa, sentada en el capó de su viejo coche. Cada pocos segundos miraba su reloj y suspiraba, furiosa. También se recogía el flequillo hacía atrás, que se ponía juguetón y le tapaba la vista instantes después de haberlo colocado. Esto la volvía aún más irritante. ‘’Siempre me toca a mí esperar por ese idiota. ¿Cuándo tendrá él que esperar por mí? ¡¿Cuándo?!’’ se repetía a sí misma, una y otra vez. El revoltoso flequillo se vino abajo por enésima vez. Gritó harta, por puro instinto, y rebuscó en su mochila hasta dar con una horquilla. Se la puso en el pelo fijando el flequillo.
Dos minutos más tarde Mike Adams salió por la puerta de casa, con la camisa arrugada y medió sándwich del desayuno en la boca. Caminaba lentamente encorvado cual zombi. Lucía unos ojos castaños inyectados en sangre que se posaban sobre unas profundas ojeras negras que, a su vez, decían ‘’Una sola hora de sueño’’.  Paso al lado de su hermana sin percibir apenas su presencia y se sentó al asiento del copiloto acomodando la mochila entre sus piernas. Cerró la puerta y se puso el cinturón de seguridad. Marta se colocó al frente del volante.
-          Buenos días hermanita. –Dijo Mike, sin muchas ganas de hablar.
-          ¡¿Sabes cuánto tiempo llevo esperándote?!
-          No se… ¿mucho? –La pregunta fue casi incomprensible, pues estaba masticando el último trozo del sándwich.
-          ¡Pues sí, mucho!... En fin, tenemos que ir a recoger a Cameron.
-          ¿Sabes?... admito que me da algo de vergüenza que mi hermana me lleve junto a su mejor amiga todos los días a clase.
-          Pues aprende a conducir y nos llevas tu a nosotras.
-          Yo ya se conducir…
-          Vamos Mike, por poco atropellas a una pobre e indefensa ancianita durante el test práctico.
-          El semáforo estaba en verde…
-          Ahora resulta que además de idiota eres daltónico.
-          Anda, conduce.
Marta introdujo la llave en el contacto y encendió el motor del vehículo.
John McCourt se paró delante de la puerta de su casa, jadeante. Quedaba una media hora para el comienzo de la primera hora y aún tenía que ducharse, desayunar y preparar su bolsa de deporte; probablemente esa mañana también llegaría tarde. Entró corriendo y subió rápidamente al cuarto de baño. Tiró al suelo su sudadera blanca, empapada de sudor, junto con el resto de su ropa y se metió en la ducha. Salía a correr todas las mañanas pues para él estar en forma era muy importante. No era un chico muy corpulento y no llegaba al metro ochenta, pero era el Quarterback del primer equipo de futbol del instituto Blue Mountain. Cuando se hubo vestido y con la bolsa ya preparada salió de casa saltándose el desayuno.
Mike salió suspirando del examen que acababa de hacer. Sabía que aprobaría, pero no con buena nota. Marta caminaba detrás de él acompañada de Cameron.
-          ¿Qué tal el examen, Mike?
-          Bueno, podría haber estado mejor pero no voy a suspender.
-          Eso te pasa por jugar al baloncesto cuando deberías estar estudiando, hermanito.
-          Ya, bueno. Pues tú…
Mike no termino lo que iba a decir. Cameron, que había permanecido en silencio durante toda la conversación, avisó a sus dos compañeros. Unos cuantos chicos, todos con la chaqueta del equipo de futbol del Blue Mountain, tenían acorralada a una chica contra las taquillas. Sara (una joven más bien bajita y delgadita, de largo cabellos negros) solía tener ese tipo de problemas. Su forma de vestir y sus gustos no se parecían a los de los demás. La gente las tenía, a ella  y a sus  amigas, por brujas góticas, aunque eso se apartaba extensamente de la realidad. Mike, Marta y Cameron pasaron al lado del corro que se había formado alrededor de Sara y los miraron con odio en los ojos, pero en ningún momento intervinieron. Se alejaron un poco antes de comenzar a hablar de nuevo, y fue Mike el primero en abrir la boca:
-          Pobre Sara… me da mucha pena.
-          Y a mí. –Dijo Cameron. –Se meten con ella por su forma de vestir. Sinceramente, yo no creo que sea gótica. Nunca la he visto actuar como tal. No lleva pendientes, pulseras con pinchos, cadenas; no se pinta los labios o las uñas de negro… Solamente viste de negro. Me parece algo de lo más normal del mundo. Lo que pasa es que el pensamiento retrograda de los chicos del instituto no les deja ver más allá del futbol o las faldas de las animadoras.
-          Tienes toda la razón Cam. El año pasado me tocó sentarme con ella un par de veces en clase de biología y me pareció una chica muy simpática.
-          ¿Ah sí? Yo pensé que estabais haciendo conjuros y pociones mágicas con la pobre rana destripada. –A Mike le encantaba meterse con su hermana.
-          Eres increíble Mike…
-          ¿Qué? Estaba de broma.

John reunió al equipo en el campo justo después de la última clase de la mañana. El entrenador le había dicho que tendrían una pequeña charla antes de comer. Los jugadores comenzaron a congregarse en el centro del campo. Unos se pasaban el balón  entre ellos otros, simplemente, charlaban. El entrenador camino solemnemente hacia el grupo de jugadores. Su presencia acalló los murmullos y detuvo los pases. Los chicos formaron un círculo y el entrenador coronó el centro. Miró a su equipo. Recorrió los rostros de cada jugador escudriñando hasta el más mínimo detalle. Repasó su detallada lista mental para averiguar que tal había jugado cada uno el último año. Todos le eran conocidos, pues había guiado al equipo durante la temporada pasada y hasta el viernes, que empezaban las pruebas para entrar al equipo, no se verían caras nuevas por aquel campo de fútbol. Se ajustó su gorra azul con las iniciales ‘’BM’’ cuidadosamente bordadas. Carraspeó la garganta para aclararse la voz y se dirigió al equipo, que esperaba expectante:
-          Bueno chicos, me alegro de veros aquí hoy. ¡Pero puede que sea la única vez que me alegre de veros! La temporada pasada apenas ganamos tres partidos ¡tres nada más! ¡Ningún otro equipo hizo una temporada peor que nosotros!... – Hubo un incomodo minuto de silencio.- Dejando a un lado lo malos que sois, el viernes que viene empiezan las pruebas de entrada al equipo. Os aviso de antemano, si no os ponéis las pilas más de uno se irá fuera ¿Entendido? Otra cosa, quiero que les deis caña a los novatos, no se vallan a creer que esto es como jugar a las casitas y aquí se juega al futbol, no a las muñecas. Ahora, sacad vuestros culos de mi campo e iros a comer.
Los muchachos empezaron a salir del campo, con la moral baja después de la charla que el entrenador les había dado. Uno por uno, pasaron al lado del entrenador agachando la cabeza, avergonzados por recordar su nefasto juego. Cuando John pasó a su lado, el entrenador lo agarró por uno de sus hombros.
-          John, muchacho, espera un momento
-          ¿Sí? Entrenador.
-          Eres el único jugador decente que tengo entre tanto patán. Quiero que vuelvas a guiar al equipo, como quarterback.
-          Claro, entrenador. Cuente conmigo.
-          Pero que no se te suba a la cabeza. Aún tienes mucho que mejorar para ser bueno. Adiós muchacho.
John se despidió con la mano y abandono el campo con el humor reconfortado.

El comedor ardía en un autentico bullicio. Estaba dividido en dos plantas. La primera, donde también se servía la comida, solía ser ocupada por los últimos en llegar. La segunda planta estaba mucho mas resguardada de la vista de cualquier autoridad que vigilase el comedor y solía llenarse enseguida. Los del equipo de futbol y las animadoras siempre tenían una mesa reservada, claro que no oficialmente, pero nadie se atrevía a ocupar ni tan siquiera una esquina de esas mesas por miedo a las consecuencias.
  Cuando Marta atravesó la puerta del comedor apenas había estudiantes dentro. Seguida por Mike y Cameron, cogió una bandeja y espero a que le sirvieran una especie de pudding de algo que, ni ella misma con sus horas y horas de lectura, podría describir.
-          Bueno que, chicas ¿Nos sentamos arriba?
-          ¿Arriba?¿Cerca de esos abusones del equipo de fútbol? – A Cameron no le hacía mucha gracia la idea.
-          Tranquila, nos sentaremos tan alejados de ellos como nos sea posible.
-          Vamos, Cam. No nos van a hacer nada.
Cameron se dejó convencer por las súplicas de sus dos amigos. Mike le dio su bandeja a Marta.
-          Id subiendo. Yo voy a esperar a Sul, que debe estar al llegar. No empecéis sin nosotros.
Dicho esto, las chicas comenzaron a subir las escaleras hacia el segundo piso. Mike se apoyó contra la pared y se cruzo de brazos. Pasó una rápida mirada por todo el comedor. Apenas había alumnos sentados en las mesas. Aquella mañana habían llegado muy temprano, y eso era algo realmente extraño. Normalmente se entretenían hablando con uno o con otro por el pasillo. Ni Mike ni Marta ni Cameron eran lo que se dice populares pero caían bien a todo el mundo, o a casi todo. Las puertas del comedor se abrieron de par en par. Uno a uno, los chicos del equipo de fútbol fueron entrando al interior. El resto de estudiantes se apartaba a su paso, temerosos. Cuando pasaron al lado de Mike alguno le lanzó una mirada arrogante. Cogieron sus bandejas y se pusieron a la cabeza de la cola, robándoles el turno a varios estudiantes. Pero claro, nadie tenía el valor para replicar ni protestar. Pocos minutos después Sul llegó. Ya con la comida de Sul, los dos chicos se fueron a la planta de arriba y se sentaron con Marta y Cameron. Mike, aún con el tenedor en la boca, abrió la conversación:
-          Bueno Sul ¿Qué tal las clases?
-          Fatal tío, ¿Te puedes creer que hoy tenía un examen importante y ni siquiera lo sabía?- Marta y Cam se echaron a reír. Sul jugueteaba con el tenedor enterrado entre el pudding. -¿Cómo puedes comerte esta bazofia?
El sonido metálico de una de las bandejas estrellándose contra el suelo los arrancó brutalmente de su alegre conversación. En  una de las esquinas de la segunda planta, uno de los chicos del equipo de fútbol estaba de pie al lado de la mesa de Sara, que lo miraba con auténticos ojos de odio. Desde la mesa del resto de componentes del equipo de futbol, que no hacían más que disparar molestas carcajadas y disfrutar de la cruel escena, alguien grito.
-          Cuidado Tom ¿No sabes que las brujas pueden hechizarte solo con mirarte a los ojos? – Este comentario vino coreado por otra ráfaga de carcajadas.
Marta apretó los puños. Ella se lo esperaba todo de cualquiera de los jugadores, de cualquiera menos de Tom. Tom Becker había sido uno de los mejores amigos de Mike tiempo atrás, antes de entrar en el equipo de fútbol americano. Marta y el habían estado muy unidos, pero ahora era un completo desconocido para ella. El Tom que ella conocía nunca se hubiese reído de algo como aquello, y mucho menos lo hubiese llevado a cabo. Tom miro a Sara, sonriendo, mientras señalaba a la  bandeja y a la comida desparramada por el suelo. Los amigos de Sara estaban como petrificados, helados de terror.
-          ¿Qué? ¿No vas a comértelo?
El chico se agacho y recogió la bandeja. Con la ayuda de una cuchara, devolvió un poco del pudding a la bandeja y se la acerco a Sara. De los ojos de Sara podía atisbarse como pequeñas lágrimas brotaban de sus ojos. Aquello fue demasiado para Marta. Se levantó y recorrió en pocos segundos la distancia que salvaba entre ella y Tom. Le dio a este unos golpecitos en el hombro y el chico giró la cabeza. Marta abrió la palma de la mano y abofeteó a Tom. El impacto resonó por toda la segunda planta, perdiéndose entre el jaleo de la primera. En la mesa de Mike todos se habían levantado. Ahora reinaba el silencio. El rubio se dio la vuelta mientras se llevaba la mano a su mejilla, que palpitaba enrojecida, realmente sorprendido. Sara estalló en llanto. Marta la miró para después volver a clavar la vista en Tom, furiosa:
-          Tom, ¿Qué demonios estas haciendo?
-          Eso Tom ¿Qué demonios estas haciendo? –Con tono burlón, John terminaba de subir las escaleras. El equipo echó a reír de nuevo.
-          Nada, John. Solo nos estamos divirtiendo un poco.
John miró a Marta:
-          Lo ves chica, solo se están divirtiendo. No están haciendo nada malo.
Marta les dedicó, tanto a John como a Tom, una mirada mortal y, ayudada por una de las amigas de Sara, se la llevó del alcance de nuevas burlas.
Mike se relajó cuando Marta ya estaba en la primera planta y volvió a sentarse.
-          Creo que deberíamos ir con Marta. – Cameron estaba realmente preocupada.
-          Tienes razón. ¿Nos vamos Sul?
-          Claro, tío.
Los tres abandonaron el comedor.
Unas horas más tarde, Mike volvía a anotar otro tiro exterior. Llevaba como una hora jugando con la única compañía de su reproductor MP3. Recogió el balón y volvió a fuera de la zona de triple. Colocó el tiro y saltó. Deslizo el balón entre la palma de su mano derecha y lo soltó en dirección a la canasta, esta vez erró el tiro. Lo que escuchaba a través de sus auriculares no le dejo escuchar al coche que se detenía junto a la cancha. Del vehículo se bajaron John y otros dos jugadores. Entraron en la cancha y Mike se dio cuenta de su presencia. Se miraron unos instantes. John fue el primero en hablar:
-          Pásame el balón, por favor. – John recibió un paso y realizó un tiro grotesco. El balón rebotó  violentamente contra el tablero. John se encogió de hombros.- Nunca se me ha dado bien este deporte. Pero no he venido aquí a jugar contigo. He venido a hablar.
-          ¿Y para hablar te traes a tus dos perras?- dijo Mike, señalando a los dos chicos.
-          Tu solo dile a tu hermana que no vuelva a meterse en el medio. Puede que no te guste lo que le pase después…
-          ¿Me esas amenazando? Capullo.
-          ¿Cómo me has llamado?- John avanzó unos pasos, encarándose a Mike.
-          Capullo.
-          ¿Cómo me has llamado?- John empujo con las dos manos en el pecho a Mike.
-          Capullo.
-          ¡¿Cómo me has llamado?!- John volvió a empujar a Mike, ahora más fuerte.
-          ¡Capullo!.- Mike cerró con fuerza el puño y lo estampó contra la cara de John, que retrocedió por el golpe.
John se recompuso y cargó contra Mike, propinándole una patada en el estómago. Mike agarró a John por ambas piernas y lo derribó. Se tiró encima de él y comenzó a dispararle puñetazos sin que pudiera evitarlos. Los dos chicos, que habían permanecido inmóviles hasta ese momento, apartaron a Mike de John y lo tiraron al suelo. Entre los tres lo golpearon hasta dejarle el labio roto y un ojo hinchado. John escupió al suelo, justo al lado de Mike.
-          Te he avisado. Esto no es nada…
Rápidamente, los tres chicos abandonaron la cancha, se subieron en su coche y se marcharon.

Presentación de Historia 2: Blue Mountain.


Hola amigos. Hace tiempo que no publico nada. He estado trabajando en una nueva historia: Blue Mountain. Esta historia narra los días de instituto de Mike, un chico con una hermana gemela, Marta, que va al instituto Blue Mountain. En este instituto los chicos y chicas se agrupan segun sus gustos, deportes, estilos... ¿Como podra llevar esto Mike?

sábado, 31 de diciembre de 2011

Lágrimas Rojas Capítulo 13

Jun y Aya ya llevaban cerca de una hora caminando de aquí para allá. No se había parado y tampoco se habían soltado la mano, ni tan solo un instante. Se detuvieron en un banco a tomar unos refrescos, pronto tendrían que regresar a sus respectivas casas.           Estuvieron un rato abrazados. Se besaron. Por el rabillo del ojo Jun vio una figura que le resultaba conocida. Mio, que había visto la escena, se alejaba llorando y corriendo. Jun no sabía qué hacer, si quedarse allí con Aya o salir corriendo detrás de Mio. Nunca había pensado en que haría cuando Mio lo pillase, ni se había planteado esa posibilidad.  Se quedo perplejo contemplando a Mio, que ya casi no podía distinguirse en la lejanía. Aya, que había observado la escena, miraba a Jun seriamente.
-          ¿Quién era esa?
-          Es… largo de explicar. Vivo con ella y con sus padres desde hace unos meses, me adoptaron.
-          ¿Y porque ha salido corriendo de esa forma?
-          Creo… creo que le gusto.
-          Ah, pues vaya… me gustaría conocerla.
Jun se levantó:
-          Yo debería volver a casa.
Aya asintió y se levantó. Se despidieron y cada uno se marchó por su camino.
Yusei se desplomo sobre su sillón. Suspiro. Tenía la sensación de que el caso que llevaba entre manos estaba a punto de cerrarse. Echó un vistazo al montón de papeles que se esparcían por toda su mesa. Su oficina también estaba tremendamente desordenada. Se dijo a si mismo que la ordenaría cuando terminase con el caso. Minutos antes había mandado que le buscaran y entregaran los datos de Kouta Minami. Había que llevar el asunto con delicadeza, pues se trataba de un menor.  Pensó  en llamar a Jun. Después de todo, parte de sus avances se los debía a él. Descolgó su teléfono.
Jun ya tenía la mano sobre el pomo de la puerta de su casa cuando su teléfono móvil sonó. Lo descolgó y se lo llevó a la oreja.
 -  ¿Quién es?
- Hola Jun, soy Yusei.
-Buenas tardes señor Chousi.
-¿Te suena de algo el nombre de Kouta Minami?
- Si, es un compañero de clase. ¿Pasa algo?
- Creo que él es el asesino.
-¡¿Cómo?!
-Conocía al chico que fue asesinado el otro día y comían juntos en el mismo restaurante.
- Bueno, tendría sentido. También conocía a la primera víctima y su abuela vive en la misma calle que en la que ocurrió el segundo crimen.
- Mañana lo interrogaremos y saldremos de dudas cuando lleguen los resultados del análisis del cuchillo.
-Gracias por avisarme.
-Gracias a ti por ayudarme en la investigación.
Jun colgó el móvil, con todo lo que estaba ocurriendo le entró un terrible dolor de cabeza. Entro en la casa.
-Hola Jun. – La señora Fuchida parecía muy animada.
-Hola. Voy a acostarme, que me duele mucho la cabeza.
-Vale, ¿quieres que te prepara algo para tomar?
-No gracias.
-Por cierto… ¿Sabes dónde está Mio? Hace rato que salió y todavía no ha vuelto.
Jun recordó el incidente con Mio.
-No… no lo sé.
Subió las escaleras, se metió en su cuarto y se echó a dormir en su cama.

Amaneció. Jun se levantó, se duchó y bajo a la cocina. La señora y el señor Fuchida estaban sentados en la mesa, llorando desconsolados. Jun se quedo de piedra.
-¿Qué pasa?
El señor Fuchida reunió fuerzas para hablar:
-Ha llamado la policía… dicen… dicen… que han encontrado el cadáver de Mio.
Jun casi se desmaya de la sorpresa. ¿Mio asesinada? Empezó a llorar, pero se dio cuenta de que ya conocía al asesino y que iría a hacerle una visita. Salió de la casa dando un portazo y comenzó a correr. Sacó su teléfono del bolsillo y marcó el teléfono del señor Chousi.
-          Hola, soy Jun. ¿Ha detenido ya a Kouta?
-          No. Jun, ¿te pasa algo?, te noto enfadado. Ah, se me olvidaba, ha aparecido otra nueva víctima.
-          ¡Ese cabrón me las va ha pagar!
Jun colgó el teléfono y siguió corriendo.
Yusei se quedo perplejo con esa última frase. ¿Qué habría ocurrido? Buscó rápidamente la dirección de Kouta en los papeles que le habían llegado esa misma mañana. También le habían llegado los resultados del análisis del cuchillo, pero aún no los había leído. El caos de papeles era tal que no encontró lo que buscaba. Cogió su gabardina, el resultado de los análisis y las llaves de su coche. Se dirigió a las oficinas para pedir nuevamente la dirección de Kouta.
Cuando Yusei llegó a la casa de Kouta llamó varias veces a la puerta:
-          ¿Hola, hay alguien?
Volvió a llamar a la puerta, pero no consiguió respuesta. Escuchó el sonido un cristal rompiéndose, procedente del interior de la vivienda. Yusei se alarmo y tiró la puerta de una patada. Entró rápidamente con su pistola desenfundada. En el salón encontró a Jun sobre Kouta esgrimiendo un cuchillo.
-          Jun, ¡Quieto!
Jun miró al señor Chousi.
-          ¡No! Debe morir por lo que ha hecho. – Con la mano que tenía libre agarró a Kouta por el cuello de la camisa, comenzó a llorar. ¡¿Por qué has matado a Mio?!¡¿Por qué?!
Kouta miraba a Jun con los ojos abiertos como platos y con una cara de terror impresionante.
-          No Jun, ahora creo que él no ha sido. No encontramos sus huellas en el cuchillo. El no ha sido… has sido tú. ¡Tú eres el asesino!
-          Venga señor Chousi, no diga estupideces. ¿Cómo voy a ser yo?
-           Todo encaja… Tú también eres compañero de las víctimas, la sangre en el folleto solo estaban tus huellas y las de la segunda víctima. ¡El cuchillo solo tenía tus huellas!
-          Yo…

En la cabeza de Jun despertaron unos recuerdos que, hasta ahora habían permanecido en letargo: Había vuelto a cuando era pequeño, al día de la muerte de sus padres. Se recordaba llorando arrodillado frente al cuerpo de su madre, junto a su padre que había dejado caer el cuchillo al suelo y también lloraba. Recordaba una voz. Una voz que le hablaba y resonaba por toda su cabeza.
-          Si tu no hubieses nacido, ahora tu mama no estaría muerta.- La voz soltó una sonora carcajada. – Porque, si no fuera por ti tus papas ya no estarían juntos y tú papa no habría matado a tu preciosa mama. Pero puedes vengarla ¿Ves el cuchillo que tu papa ha usado para matar a tu mama?¿Por qué no lo usas tú para matar a tu papa? Venga…
Y así el pequeño Jun, manipulado por aquella voz, había rajado el cuello de su papa.
Jun volvió en sí, salió de su trance. Ahora los recuerdos de las muertes de la hermana de Aya, la del chico y la de Mio vinieron a su cabeza. Soltó el cuchillo y se acurruco contra la pared, desconsolado.
-Yo… yo no soy el asesino, ¡no soy el asesino!
El señor Chousi apuntaba a Jun con su pistola mientras ayudaba a Kouta a levantarse. De pronto, Jun dio un salto y agarró el cuchillo. Se puso delante de Yusei y de Kouta apuntándolos con el filo.
-¡Se ha terminado Jun!
Jun grito y hundió el cuchillo en su pecho. Cayó de rodillas al suelo, encharcado por su propia sangre, que manaba de la herida. Sintió la muerte abrazándolo, pero no era un abrazo frío. Era un abrazo caliente. Era el abrazo de Mio, era el abrazo de su madre.



lunes, 5 de diciembre de 2011

Lágrimas Rojas Capítulo 12

La pista que Jun le había traído podría ser la clave para resolver esos asesinatos. Yusei se levantó de su silla y se enfundó en su cazadora. Ya hacía una hora que Jun se había marchado. Salió de su despacho y, de caminó al garaje, se topó con Yukiko. Venía cargada de papeles y unas grandes ojeras adornaban sus ojos, escondidas detrás de sus gafas. Le indicó a Yusei con la mano que esperara:
-          El cuchillo que me dejaste… no tengo suficiente material de investigación en este laboratorio como para hacerle una revisión detallada. Lo acabo de enviar a un laboratorio especializado. Tendremos los resultados en 48 horas.
-          Gracias – El señor Chousi miro a Yukiko de arriba abajo. - ¿Una jornada dura?
-          ¿Solo una?... Parece que llevas prisa. ¿A dónde vas?, si se puede saber, claro.
-          Voy a un restaurante.
-          ¿En horas de trabajo?
-          No, no voy a eso. Tengo una nueva pista. – Yusei le mostró el vale. – Estaba en la escena del crimen del primer asesinato. Se da la casualidad de que la segunda víctima vive en la misma calle donde está el restaurante que se anuncia en este vale. Voy a pasarme por ahí y hacer unas preguntas.
-          Bueno, no te molesto más entonces. Te llamaré o iré a hacerte una visita a tu despacho cuando tenga los resultados.
Ambos se despidieron con un leve movimiento de mano y Yusei bajo al sótano que hacía de garaje, se subió en su coche y se fue en dirección al restaurante.
Jun estaba sentado en el banco de un parque. Muchos niños corrían de un lado para otro, jugaban al balón o al escondite. Llevaba diez minutos sentado en aquel banco, pensativo. Las ideas le revoloteaban fugazmente por la cabeza: unas veces parecían que lo llevaban por el camino correcto y otras veces parecía que solo se estaba confundiendo y mareando más las cosas. De vez en cuando echaba un vistazo a su reloj, había quedado con Aya allí. Pasaban cinco minutos de la hora de encuentro cuando la chica se sentó al lado de Jun sin que este se diera cuenta. Cuando le tocó el hombro, Jun se sobresaltó. Se recompuso y le dedicó una amplia sonrisa a la chica y la besó. Aya habló:
-          Siento llegar tarde. ¿Llevas mucho tiempo esperando?
-          No, tranquila…
-          Bueno… ¿tienes algo en mente para hacer?
-          Pues la verdad es que no, si quieres damos un paseo.
-          Me parece una idea estupenda.
Los jóvenes se cogieron de la mano y abandonaron el parque.

Yusei entró en el restaurante. Aquel barrio, a simple vista, parecía un barrio tranquilo. No tenía nada que lo hiciera especial. Dentro del local el olor a comida era muy fuerte y agradable. A esa hora el local estaba vacío. Un hombre calvo y corpulento limpiaba concienzudamente la barra, repasándola una y otra vez con un trapo.  El señor Chousi caminó hasta la barra y se sentó en uno de los taburetes colocado a lo largo de la misma.
-          Buenas tardes.
-          Buenas tardes. – El camarero no apartó la vista de su meticulosa tarea.- ¿Qué va a ser?
-          Oh, no, nada. Soy el detective Yusei Chousi, de la policía. Me gustaría hacerle unas preguntas.
El camarero dejo su tarea y se colocó enfrente al señor Chousi, al otro lado de la barra.
-          Usted dirá, detective.
Yusei extrajo una foto de la segunda víctima de uno de los bolsillos de su gabardina marrón.
-          ¿Conoce usted a este chico? Su nombre es Tatsuya Izumi.
El hombre miró la fotografía unos instantes.
-          Si, vive en este barrio y suele venir a comer. Es un buen chico. ¿Le ha pasado algo?
-          Ah sido asesinado.
-          Oh, eso es terrible.- El semblante del camarero cambió por completo.
-          ¿Venía solo a comer?
-          No, normalmente lo acompañaba otro chico. Kouta Minami me parece que se llama… Si, ese es el nombre, estoy seguro. El también vive en esta calle.
El señor Chousi se guardó la foto y se levantó de su asiento.
-          Eso es todo, muchas gracias.
El camarero asintió con la cabeza y retomó su tarea.

Jun y Aya ya llevaban cerca de una hora caminando de aquí para allá. No se había parado y tampoco se habían soltado la mano, ni tan solo un instante. Se detuvieron en un banco a tomar unos refrescos, pronto tendrían que regresar a sus respectivas casas.           Estuvieron un rato abrazados. Se besaron. Por el rabillo del ojo Jun vio una figura que le resultaba conocida. Mio, que había visto la escena, se alejaba llorando y corriendo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Lágrimas Rojas Capítulo 11


La cena fue amarga y silenciosa, no se medió palabra. Tras terminar de comer Jun se encerró en su habitación.  Estuvo pensando durante un rato hacia que dirección encaminar su investigación. Su mente barajaba varias ideas pero se decantó por vagar por los alrededores del edificio del instituto. No estaba seguro de encontrar algo y pensó que empezar desde el principio era lo correcto. Le dio vueltas a su cabeza hasta bien entrada la noche y termino por quedarse dormido. Cuando despertó a la mañana siguiente salió de casa en dirección al instituto.
  Caminó a paso ligero y no tardó mucho en llegar a su destino.  La cinta policial rodeaba el edificio. No consiguió acceder adentro pero si al resto del recinto. Registró cada palmo de los alrededores. Buscó en los cobertizos. Se paró ante la opción de examinar los contenedores. La idea no lo atraía mucho pero no se le ocurría nada más que hacer. Abrió la tapa del contenedor y grande fue su sorpresa cuando descubrió un vale de descuento de un restaurante de comida rápida ensangrentado encima de todas las bolsas de basura. Sacó un pañuelo de su bolsillo y recogió el vale de descuento cubriendo su mano, procurando no dejar huellas dactilares. Dejó su hallazgo encima del contenedor y fue a un supermercado cercano a conseguir una bolsa de plástico en la que transportar el vale de descuento. No sabía muy bien que hacer con él. Tras recapacitar unos instantes decidió llevárselo al señor Chousi el mismo en persona.
Tras una hora de caminata, parándose de cada poco a preguntar la dirección, llegó a la comisaria. Entró en el edificio y fue en dirección a la mesa de recepción. La recepcionista alzó la cabeza de su ordenador y miró a Jun a través de sus grandes gafas.
-          ¿Puedo ayudarte en algo muchacho?
-          Me gustaría hablar con el señor Chousi.
-          ¿Tenias cita?
-          No
-          Bueno, veré lo que puedo hacer.
La mujer descolgó el teléfono interno y marcó uno de los botones. Esperó unos instantes y intercambió unas pocas palabras con la voz que hablaba al otro lado de la línea:
-          ¿Cómo has dicho que te llamabas, chico?
-           Jun.
La recepcionista asintió y volvió a retomar charla a través del teléfono. Momentos después colgó el aparato.
-          Ha dicho que puedes pasar. Te acompaño
-          Muchas gracias
Jun siguió a la mujer con gafas por el edificio, pasando por una sala de oficinas, hasta el despacho de Yusei. Llamó a la puerta y entro en el cuarto.
-          Señor, aquí está el chico que le había dicho.
-          Pasa por favor.
La recepcionista dio media vuelta y abandonó la estancia cerrando la puerta a su paso.
-          Jun, siéntate por favor. ¿a qué has venido?
-          Le he traído esto. – Jun le entregó la bolsa al señor Chousi. Este la abrió y extrajo con la ayuda de unas pinzas su contenido.
-           ¿Qué es esto?
-          Es un vale de descuento de un restaurante de comida rápida.
-          Eso ya lo veo. ¿Qué tiene que ver con la investigación?
-          Pues lo he encontrado en el basurero del instituto y he pensado que podía ser del asesino.
-          Ya veo, crees que la calle del vale de descuento puede ser la del asesino. Siento decirte que eso no sería muy convincente si el vale no se le diera a un cliente habitual y la segunda victima no tuviese esta dirección. Llegados a la conclusión de que la victima y el asesino se conocían podemos barajar la posibilidad de que este vale sea del asesino. Es más puede que comiesen juntos en ese lugar, iré a indagar más sobre el asunto. Esta es una pista que merece la pena tener en cuenta. Gracias Jun.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Lágrimas Rojas Capítulo 10

Ya era de noche cuando el teléfono de Jun sonó. Él lo descolgó y se lo llevó a la oreja:
-Sí ¿Quién es?
-Buenas noches Jun, soy el señor Chousi.
-Buenas noches, ¿Qué querías?
-Ya he comprobado lo del pin, tenías razón, la víctima llevaba el suyo encima.
-Del cuchillo que encontraste solo sabemos que es el arma del crimen. No hemos conseguido más información, cualquier rastro del asesino ha sido borrado. Como me has sido de ayuda y has demostrado tener un poco de cabeza te dejaré ayudarme en este caso. No te involucres demasiado y si encuentras algo llámame enseguida. Ten mucho cuidado y no le cuentes esto a nadie, N A D I E. ¿Comprendido?
-Totalmente señor Chousi.
-Bueno ahora te dejo, tengo trabajo que hacer. Adiós.
El señor Chousi colgó el teléfono. Instantes más tarde estaba inmerso en sus pensamientos tumbado sobre su cama. El sonido hueco del llamar de la puerta lo arrancó de su imaginación y lo devolvió a la realidad.
-Adelante.
Mio entró al cuarto y saludó a Jun con la mano.
-La cena estará lista dentro de un rato.
Dicho esto la chica se sentó al lado de Jun.
-Oye Jun… hay algo que llevo un tiempo queriéndote preguntar…
-Adelante.
-¿Cómo perdiste a tus padres?
La cara del chico cambió completamente, volviéndose triste y distante.
-Yo… no quiero hablar de ello
 -  A mi puedes contármelo. Pero si quieres guardártelo te entiendo y respeto tu decisión.
Jun suspiro profundamente.
-          Está bien…
  >>Cuando yo tenía unos cinco años vivía con mis padres en una pequeña ciudad. Mi padre y mi madre tenían muy buena relación y creo que nunca los vi discutir, pero yo tan solo era un niño. Mi padre se dedicaba a la venta de vehículos en su propio concesionario y mi madre, había dejado su trabajo como enfermera para ocuparse de mí.
  Por lo que recuerdo, mis abuelos, los padres de mi madre, vivían en la misma calle que nosotros y muchas veces venían a casa de visita. Eran unos señores muy tranquilos. El había sido relojero y ella nunca había conocido otro oficio que el de ama de casa. Los dos murieron el mismo año que perdí a mis padres. Mi anciano abuelo cayó víctima del cáncer y ella fue acosada por unas altas fiebres que acabaron con su vida.
  Tras la muerte de mis abuelos, mis padres comenzaron a distanciarse. No comprendo los motivos pero creo que lo que los mantenía juntos era yo.  No discutían ni nada de eso, pero ya no estaban tan unidos como antes. 
  Un día, así sin más, mi padre entró en el salón con un cuchillo en la mano. Se lo clavó a mi madre varias veces y después se quitó la vida. Años más tarde me enteré de que ella tenía un amante.
Y esa es mi historia. <<
Cuando terminó de contarla no pudo evitar que unas lágrimas se le escaparan de los ojos. Desde el piso de abajo les llego un “¡A cenar!”